martes, 17 de febrero de 2009

El descubrimiento de la estupidez humana

A veces uno necesita trabajar o estudiar o reflexionar durante meses o años para producir un cambio fundamental en su vida. Sin embargo a veces el cambio llega de manera inmediata y mágica.

Para mi uno de estos cambios fue el descubrimiento de la importancia en nuestras vidas de los efectos de la estupidez humana.

Sucedió, hará unos quince años en una tarde de verano, cuando asistía a uno de los cursos que mi empresa organizaba periódicamente dentro de su plan de formación continua.

Normalmente en estos cursos te formaban en cosas que ya habías aprendido enfrentándote con la dura realidad o que eran simple formalización del sentido común (el menos común de los sentidos) o que sencillamente eran inútiles por que no tenían nada que ver ni con tu vida ni con tu trabajo.

Sin embargo, este fue distinto. El monitor o el coacher (en la nueva terminología formativa) era un chaval campechano que amenizaba las noches tocando la guitarra y comentaba con cierta melancolía la oportunidad perdida de haber sido uno de los miembros fundadores de los Hombres G. (Quienes le hayan conocido seguramente no dudarán con estas pistas. Donde quiera que estés te mando un abrazo.)

A pesar de que la mayor parte del curso discurrió en medio de sesiones de brain-storming y reparto de tarjetas de sabiduría condensada, no sé ni como ni cuando apareció el tema que no estaba en el guión y que al principio nos sonó a guasa.

Se nos hablaba de un pequeño librito escrito por un tal Carlo M. Cipolla. Ya el apellido se las traía con una rima más evidente que el famoso Montoya del chiste. Tiempo después descubrí que el apellido no significaba otra cosa que cebolla en italiano. Claro que incluso cebolla impone poco respeto por el autor. Si hubiera sido inglés no habría problema, Charles M. Onions sonaría tan importante como George Bush (Jorge Arbusto).

El título del libro tampoco invitaba a la seriedad "Allegro ma non troppo" (literal "allegre pero no demasiado", que se utiliza también para marcar un tempo en música). Los capítulos, dos. El tamaño del libro no daba para más.

El capítulo I: "El papel de las especias (y de la pimienta en particular) en el desarrollo económico de la Edad Media". Vamos, la cosa sonaba a una de las bromas habituales de nuestro monitor, pero aun así era tan obvia y absurda que costaba pillarle el punto.

Pero aún quedaba por saber de que iba el capítulo II. Cuando escuchamos el título...

"Las leyes fundamentales de las estupidez humana"

... ya no había ninguna duda de que se trataba de una broma y la risa surgió de forma espontánea.

Sin embargo, muestro monitor jugaba con nuestra impresión divertida mientras sujetaba el librito en su mano, hojeándolo y leyéndonos algunos titulares.

A pesar de todo, poco a poco fue entrando en la breve materia desarrollada en las páginas y enseguida percibí que, aunque divertida, no se trataba de ninguna tontería.

Las definiciones, apoyadas en diagramas cartesianos eran precisas y de sentido común. Las proposiciones eran claras y se sustanciaban de inmediato mediante ejemplos sacados de mi propia experiencia. Era algo que siempre había tenido delante, pero que nunca había visto ni me lo habían contado de manera tan contundente.

Hasta entonces para mi la estupidez había sido un síntoma de pocas luces, de idiotez, de falta de inteligencia. Sin embargo ni siquiera hasta entonces tenía claro que era la inteligencia. La mayoría de las veces se la asociaba a la capacidad para el razonamiento lógico y a disciplinas como las matemáticas o el ajedrez. Una persona estúpida era una persona tonta, facilmente manipulable del que no se podía esperar gran cosa, ni bueno, ni malo. Un sujeto de chiste, merecedor de compasión por sus limitaciones.

Por el contrario, el libro asociaba a la estupidez la mayor parte de las desgracias de la humanidad.

Aquel día mi concepción del mundo y de mis relaciones con el resto de personas cambió. Poco a poco pude ver cuan útil eran las simples lecciones de Carlo M. Cipolla para desenvolverme día a día evitando los efectos de la estupidez de los demás y, lo que es peor, de la estupidez propia.

A partir de entonces creo que he sido una mejor persona para los demás y he sabido apreciar a los demás en su justa medida siendo recompensado por lo mejor de ellos.

A pesar del envoltorio de humorismo con el que recibí la lección y con el que el autor del libro previene al lector restándole importancia al ensayo, estoy convencido de que pocas veces podemos encontrar una guía tan sabia en un espacio tan breve y tan leve.

Hoy, muchos años después de mi descubrimiento aun me sigo sorprendiendo con las formas tan absurdas y peculiares que puede adoptar la estupidez. Por este motivo esta tarde me decidí a abrir este blog para compartir con otros seres (inteligentes y estúpidos) mis vivencias referentes a este tema y de paso rendirle un pequeño homenaje a Carlo M. Cipolla a quién tengo por maestro.

Quienes lean y se sientan aludidos recuerden que estúpido no es quién comete una estupidez sino quién persiste en este comportamiento.

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