jueves, 26 de febrero de 2009

La Estupidez según Fernando Sabater



ESTUPIDEZ

Fernando Savater, Diccionario Filosófico

Durante mucho tiempo he creído que la principal explicación de por qué la historia está tan llena de atrocidad y barbarie había que buscada en el aburrimiento. El aburrimiento es una de las exclusivas del animal humano, una intemperancia zoológica como la risa o la presciencia de la muerte (las tres juntas, pasadas por el lenguaje, son el origen de nuestra especialidad más famosa: el pensamiento). Cuando las cosas marchan discretamente bien, los humanos nos aburrimos: entonces empezamos a metemos con los vecinos, o a desear especias raras que sólo se dan en tierras lejanas y que necesitan para conseguirse afrontar mil penalidades, o nos inventamos amenazas sobrenaturales para asegurar las emociones que nos faltan. La gente que se queda en su casa entretenida en sus cosas rara vez hace daño a nadie: lo trágico de la vida es que en casa la mayoría de la gente se aburre. Y como se aburren, proclaman que quedarse tranquilamente en casa es cosa de cobardes, de egoístas y de malos patriotas. Hasta los poetas colaboran con este descrédito de quienes lo pasan bien sin meterse en líos: Homero asegura que hacen falta expediciones punitivas como la de T roya para que los bardos tengan algo que cantar y Tolstoi advierte al comienzo de Ana Karenina que «las familias felices no tienen historia».

La gran batalla de este mundo se da entre quienes disfrutan quedándose en casa y los que en casa se aburren, por lo que siempre están dispuestos a echarse a la calle. Rivarol señaló que en caso de jaleo (revoluciones, golpes de Estado, persecución de herejes y cosas así) siempre ganan los que salen a la calle y por eso todos los disturbios históricos suelen acabar mal: los sensatos que se quedan en casita a ver qué pasa pierden indefectiblemente, derrotados por los chalados, los zascandiles, los aprovechados, los sacamantecas, es decir, por los aburridos... Con razón comenta Nietzsche: «Más que ser felices, los humanos quieren estar ocupados. Todo el que les procura ocupación es, por tanto, un bienhechor. ¡La huida del aburrimiento! En Oriente la sabiduría se acomoda al aburrimiento, hazaña que a los europeos les resulta tan difícil que sospechan que la sabiduría es imposible.» No hace falta recordar que entre esos «bienhechores» que han aliviado el hastío de los pueblos se cuentan los más célebres carniceros de la humanidad, santos patronos por elevación de los modestos serial killers particulares en torno a cuyas escasas fechorías (rara vez llegan al medio centenar de víctimas, ni siquiera un regimiento) tanta alharaca sensacionalista suele organizarse.

Sigo pensando que el aburrimiento es ingrediente fundamental de las desventuras históricas, pero ahora le voy dando también cada vez más importancia a la estupidez. Debo esta nueva perspectiva a la lectura de un irónico historiador italiano, Carlo Cipolla, según la expone en su libro —recomendable con fervor— Allegro ma non troppo (la traducción castellana lleva el mismo título). Dice allí el profesor italiano que los evidentes y numerosos males que nos aquejan tienen por causa la actividad incesante del clan formado por los máximos conspiradores espontáneos contra la felicidad humana: a saber, los estúpidos. No hay que confundir a los estúpidos con los tontos, con las personas de pocas luces intelectuales: pueden también ser estúpidos, pero su escasa brillantez les quita la mayor parte del peligro. En cambio lo verdaderamente alarmante es que un premio Nobel o un destacado ingeniero pueden ser estúpidos hasta el tuétano a pesar de su competencia profesional. La estupidez es una categoría moral no una calificación intelectual: se refiere por tanto a las condiciones de la acción humana.

Partamos de la base de que toda acción humana tiene como objetivo conseguir algo ventajoso para el agente que la realiza. Según Cipolla, pueden establecerse cuatro ca-tegorías morales: primero están los buenos (o, si se prefiere, los sabios, los únicos que pueden aspirar a tan alta cualificación) cuyas acciones logran ventajas para sí mismos y también para los demás; después vienen los incautos, que pretenden obtener ventajas para sí mismos pero en realidad lo que hacen es proporcionárselas a los otros; más abajo quedan los malos, que obtienen beneficios a costa del daño de otros; y por último están los estúpidos que, pretendan ser: buenos o malos, lo único que consiguen a fin de cuentas es perjuicios tanto para ellos como para los demás. La opinión de Cipolla es que hay muchos más estúpidos que buenos, malos o incautos. Y que son encima más peligrosos: primero, porque no consiguen nada bueno ni siquiera para sí mismos y luego por aquello que dijo hace ya tanto el sutil Anatole France: el estúpido es peor que el malo, porque el malo descansa de vez en cuando pero el estúpido jamás. Aún peor, porque lo característico del estúpido es la pasión de intervenir, de reparar, de corregir, de ayudar a quien no pide ayuda, de curar a quien disfruta con lo que el estúpido considera «enfermedad», etc. Cuanto menos logra arreglar su vida, más empeño pone en enmendar la de los demás. Lenin dijo que el comunismo eran los soviets más la electricidad; aquí podríamos establecer que la estupidez es la condición de imbécil sumada a la pasión por la actividad.

En efecto, mirando alrededor no puede uno convencerse de que la abundancia de malos y de incautos baste para explicar la magnitud del tiberio en que estamos metidos. Somos cinco mil quinientos millones de seres humanos en el planeta y creemos poder vivir con las mismas pautas que bastaron para la mitad o para la cuarta parte. Cientos de millones de seres humanos se mueren de hambre y los recursos económicos se gastan en armamento o en mármol para decorar ministerios, mientras el Papa y otros santos varones recomiendan tener todos los hijos que se pueda, pues lo contrario es pecado. El ozono del firmamento, el agua de los mares y las selvas de la tierra son sacrificadas como si conociésemos el modo de reponer tan indispensables riquezas. En Europa, no sabe uno qué es peor: si los yugoslavos que se matan por la bazofia nacionalista o quienes, a pesar de lo que está pasando en Yugoslavia y otros lugares, siguen predicando en tierras aún pacíficas bazofia nacionalista; los que aspiran a la paz universal sin dejar por ello de vender armas a los contendientes o los pacifistas que, tal como están las cosas, pretenden a la vez que se proteja a los débiles y que se renuncie a toda violencia institucional; los vociferantes predicadores del odio racial o sus cómplices naturales, los conspicuos abogados de la diferencia irreductible y la superior dignidad de los grupos oprimidos... No, ciertamente hay que darle a la estupidez toda su enorme im-portancia: sin su colaboración entusiasta, la vida humana seria una aventura más o menos intensa, pero seguro que carecería de sus principales sobresaltos colectivos.

Si la estupidez es mala en todos los estamentos humanos, entre intelectuales alcanza una gravedad especial. Suponer que todos los «intelectuales» son básicamente «inteligentes» es un error muy generoso, fundado quizá en la homofonía de ambas palabras. Por el contrario, el terreno de debate intelectual atrae al estúpido con particular magnetismo, le estimula hasta el frenesí, le proporciona oportunidades especialmente brillantes de ser estentóreamente dañino. Lo más grave es que su imbecilidad habitual pierde el carácter benévolo aunque descarriado que posee por lo común la estupidez (que en el fondo es una perversión alimentada de buenas intenciones) y puede llegar a ser insólitamente malévola o cruel. Ya Voltaire, en su Diccionario filosófico, había señalado este peligro gremial: «La mayor desgracia del hombre de letras no es quizá ser objeto de la envidia de sus colegas, o víctima de los contubernios, o despreciado por los
poderosos de este mundo; lo peor es ser juzgado por tontos. Los tontos llegan a veces muy lejos, sobre todo cuando el fanatismo se une a la inepcia y la inepcia al espíritu de venganza.» El dictamen es importante porque proviene -del intelectual antiestúpido por excelencia, quizá el hombre de letras al que menos opiniones desastrosas pueden reprochársele, aquél en cuyo nombre o con la inspiración de cuyas doctrinas es más difícil cometer crímenes. Pero de la estupidez nadie está descartado: los intelectuales la llevamos dentro como una enfermedad profesional, es para nosotros como la silicosis para los mineros. Hay razones estructurales y dinámicas para contraer esta dolencia. A la pregunta «¿por qué los estúpidos se vuelven a menudo maliciosos?», responde así Nietzsche; uno de los grandes estudiosos del tema: «A las objeciones del adversario frente a las cuales se siente demasiado débil nuestra cabeza, responde nuestro corazón haciendo aparecer sospechosos los motivos de las objeciones.» Cuando falla nuestra argumentación o nuestra comprensión, recurrimos al proceso de intenciones y de ahí al proceso tout court si tenemos vara alta con los poderes gubernamentales. Por eso toda vigilancia es poca y cada cual debe hacerse chequeos periódicos a sí mismo para descubrir a tiempo la incubación de la estupidez. Los síntomas más frecuentes: espíritu de seriedad, sentirse poseído por una alta misión, miedo a los otros acompañado de loco afán de gustar a todos, impaciencia ante la realidad (cuyas deficiencias son vistas como ofensas personales o parte de una conspiración contra nosotros), mayor respeto a los títulos académicos que a la sensatez o fuerza racional de los argumentos expuestos, olvido de los límites (de la acción, de la razón, de la discusión) y tendencia al vértigo intoxicador, etcétera.

Un buen test para detectar los estragos en nosotros, intelectuales, de la estupidez es preguntamos sinceramente si aún podemos contestar a quien nos inquiera qué hemos hecho frente a los, terribles males del mundo con la cuerda modestia de Albert Camus: «Para empezar, no agravados» Si esto nos parece poco, mal síntoma...

Savater, Fernando (1996) Diccionario Filosófico, Ed. Planeta México.

El poder de la Estupidez

Por Giancarlo Livraghi
gian@gandalf.it
junio 1996

Traducción al Castellano de Luis Cruz Kuri
marzo 1998

Revisión y actualización febrero 2007
(Traducción de Marco Livraghi y Maria Rosa Sorribas Molina)

Siempre me ha fascinado la Estupidez.

La mía, por supuesto; y eso es una causa suficientemente grande de ansiedad.

Pero las cosas se vuelven mucho peores cuando uno tiene la oportunidad de encontrar como la “gente grande” toma decisiones “grandes”.

Generalmente tendemos a culpar a la perversidad intencional, a la malicia astuta, la megalomanía, etc. de las malas decisiones. Están allí, por supuesto; pero cualquier estudio cuidadoso de la historia, o de los eventos actuales, lleva a la invariable conclusión que la fuente más grande de los terribles errores es la pura estupidez. Cuando se combina con otros factores (como sucede a menudo) los resultados pueden ser devastadores.

Es un fenómeno conocido. Una de las maneras en que está resumido el dichoso Navaja de Hanlon: «No atribuyas a maldad intencionada lo que puede ser adecuadamente explicado como estupidez». El concepto ha sido recalcado por Robert Heinlein en una frase aún más
simple: «No subestimes nuncael poder de la estupidez humana.»

El origen de Hanlon’s Razor es algo misteriosa.
Se considera un corolario a la dichosa “ley de Finagle”
(Finagle’s Law of Dynamic Negatives) que se
parece a la conocida “ley de Murphy”. Se inspira al
clásico “Navaja de Occam” (y es igual de
tajante). No se da a conocer ningún autor llamado
Hanlon – es probablemente una variación
fonética de Robert Heinlein, que había hecho esa
consideración en su novela Logic of Empire (1941).

Cuando la estupidez se combina con otros factores (como sucede a menudo) el efecto puede ser devastador.

Otra cosa que me sorprende (¿o no?) es el escaso material dedicado al estudio de un tema tan importante. Existen departamentos universitarios para analizar las complejidades matemáticas de los movimientos de las hormigas del Amazonas, o la historia medieval de la isla de Perima; pero nunca he sabido de una cátedra de estupidología.

He encontrado muy pocos libros buenos sobre el tema. Entre ellos tres que merecen, en particular ser citados.

Uno que leí cuando era adolescente, y que nunca olvidé, se llama A Short Intrduction tothe History of Human Stupidity de Walter B. Pitkin de la Universidad de Columbia, publicado en 1934. Lo encontré por accidente hace muchos años en un estante de viejos libros y, por
fortuna, todavía tengo.

Así de antiguo como es, todavía es un muy buen libro. Algunas de las observaciones del Profesor Pitkin aparecen extraordinariamente correctas setenta años después.

Pero... ¿porqué llamaría el autor “una breve introducción” a un libro de 300 páginas?

Al final del libro, dice: «Epílogo: ahora estamos listos para empezar a estudiar la Historia de la Estupidez». Nada sigue.

El Profesor Pitkin fué un hombre muy sensato. Sabía que toda una vida era muy poco tiempo para cubrir aún un fragmento de tan vasto tema. Así que publicó la Introducción, y eso fué todo.

Pitkin estaba muy consciente de la carencia de trabajos previos en el campo. El tenía a su disposición un equipo de investigadores a quienes puso a realizar pesquisas en los archivos de la Biblioteca Central de Nueva York. Encontraron solamente dos libros sobre la materia: Über Dummheit de Leopold Loewenfeld (1909) y Aus der Geschite der menschlichen Dummheit de Max Kemmerich (1912).

Evidentemente existen muchos
otros libros y documentos
en los que se habla, de una manera
o de otra, de estupidez.
Pero pocos en los que se intenta un
encuadramiento sistemático
del problema para encontrar
sus mecanismosy sus efectos.
En el curso de los años, para
una información más completa,
he recopilado una
pequeña bibliografía

(en Italiano) sobre el argumento.

En la opinión de Pitkin, cuatro de cada cinco gentes son lo suficientemente estúpidos para ser
llamados “estúpidos”. Eso equivaldría a quinientos millones de gentes cuando escribió el
libro; ahora son más de cuatro mil millones. Esto por si mismo es bastante estúpido.

El observó que uno de los problemas de la estupidez es que nadie tiene una definición realmente
buena de lo que es. De hecho los genios son a menudo considerados estúpidos por una mayoría
estúpida (aunque nadie tiene tampoco una buena definición de genio). Pero la estupidez
definitivamente se encuentra allí, y hay mucho más de lo que nuestras pesadillas mas desbordadas pudieran sugerir. De hecho domina al mundo – lo cual es muy
claramente comprobado por la forma en que se gobierna al mundo.

Pero alguien, cincuenta años después, llegó con una definición bastante interesante. Su nombre es Carlo M. Cipolla, Profesor Emérito de Historia Económica en Berkeley.

Sus libros están en Inglés – y sólo algunos en Italiano y otros idiomas. Uno de estos, Allegro ma
non troppo
, fue publicado por Il Mulino en Bolonia en 1988 (traducción de Anna Parish). Hay también una edición castellana publicada por Crítica en Barcelona en 2001 (traducción de María Pons).

En ese libro hay un pequeño ensayo intitulado Las leyes fundamentales de la estupidez humana. Uno de los meiores textos que se ha escrito sobre la materia.

Las “leyes de Cipolla” son conocidas y citadas también en otros contextos. No me parece necesario reproducirlas ni resumirlas. A quien no las conociera, aconsejo leer su texto (que, como otras obras del mismo autor, une la seriedad del análisis a una agradable vena de humor). Me limito aquí a algunos comentarios.

Se trata en parte de cosas ya conocidas. Por ejemplo un hecho relevado también por otros autores (ver el ya citado “Navaja de Hanlon”) y por casi todas las personas que han tenido ocasión de razonar sobre el argumento:siempre se tiende a “subestimar el número
de estúpidos en circulación”.

Cada uno de nosotros puede comprobarlo cada día: por conscientes que podemos ser del poder de la estupidez, somos a menudo sorprendidos por su manifestarse donde y cuando menos nos lo esperamos.

Esto tiene dos consecuencias, también evidentes en cualquier análisis coherente del problema. Una es que se subestiman a menudo los perniciosos efectos de la estupidez. La otra es que por ser imprevisibles, los comportamientos estúpidos son aún mas peligrosos que los conscientemente malvados.

Lo que falta en un análisis así (como también en el caso de Wakter Pitkin y de otros autores
que han estudiado el argumento, es una valoración de nuestra estupidez – o de toda manera de la componente de estupidez que existe también en las personas inteligentes.

Sobre esto vamos a volver más adelante – pero mientras tanto querría relevar que el problema de la estupidez presente en cada uno de nosotros, por lo general ignorado y subestimado, es correctamente valorado en el interesante libro Understanding Stupidity de James Welles, cuya primera edición es de 1986 (ampliada y profundizada en los años siguientes).

Tengo que confesar que (mea culpa) cuando había escrito la primera versión de este artículo
todavía no conocía el trabajo de James Welles. Ahora puedo decir que el mejor libro entre todos los que he leído sobre el argumento. El más completo por amplitud y profundidad. Me he alegrado en constatar que, en muchas cosas, los razonamientos de Welles confirman lo que ya
había escrito y publicado sobre el poder de la estupidez.

Fragmento de "El Poder de la Estupidez". Texto completo:

http://web.mclink.it/MC8216/esp/estupid.htm

Stupidity: A documentary

1ª Parte


2ª Parte


3ª Parte


4ª Parte


5ª Parte


6ª Parte

sábado, 21 de febrero de 2009

La inteligencia fracasada. Teoría y práctica de la estupidez


La inteligencia fracasada. Teoría y práctica de la estupidez es un ensayo del filósofo José Antonio Marina acerca de cómo la inteligencia fracasa en su labor. El autor no habla de la inteligencia cognitiva como tal, la cual suele estar predefinida genéticamente, sino de cómo ésta, a pesar de ser abundante en un individuo, yerra por tomar decisiones equivocadas o por la inoportuna inacción.

Wikipedia

http://es.wikipedia.org/wiki/La_inteligencia_fracasada._Teor%C3%ADa_y_pr%C3%A1ctica_de_la_estupidez

La inteligencia malograda

Dedicado al análisis de los casos en los que la inteligencia estructural —la que se evalúa con los test de inteligencias— es anulada por diversos fenómenos internos del individuo, adoptando posturas estúpidas, tal y como puede ser la furia, el exceso de optimismo, etc. De esta forma, la idea se convierte en materia inerte y en un mecanismo irreflexivo. El autor apuesta por una definición extensiva de la inteligencia de forma que la elección de los objetivos forme parte del tema, y no sólo la consecución de ellos. Pero en esta sociedad que vivimos, desde pequeños nos meten el miedo en el cuerpo, y el miedo se opone a la felicidad. Lo difícil es aprender a quitarse el miedo, pero una vez que se consigue, es más fácil lo siguiente. Lo primero que se plantea es si es cierto lo que se enseña al respecto, y se cree que si desaprendes todo lo aprendido, o por lo menos lo dudas, estas en buen camino. El resultado suele ser que por lo menos sonríes. En el miedo y el futuro se cree que está la clave.

Los fracasos cognitivos

Pormenorizado análisis de los prejuicios, la superstición, el dogmatismo y el fanatismo, y de la forma en que confunden la inteligencia, ocultando la realidad al raciocinio.

Los fracasos afectivos

Reconocimiento de las conclusiones equivocadas causada por los afectos y sentimientos.

Los lenguajes fracasados

Cómo el uso incorrecto del lenguaje da lugar a todo tipo de malentendidos.

El fracaso de la voluntad

También es posible que la inteligencia fracase debido a un atasco en la toma de decisiones de forma que el individuo entre en un círculo vicioso de inacción.

La elección de metas

La inteligencia no trata de resolver problemas sino de plantearlos. Una meta equivocada, falsa o mala pervierte todos los razonamientos que conducen a ella.

Principio de la Jerarquía de Metas: Los pensamientos que son en sí inteligentes pueden resultar estúpidos si la meta es estúpida.

Silogismo ad hoc: La inteligencia fracasa cuando se equivoca en la elección de meta. La principal meta jerárquica para el individuo es su felicidad. Es un fracaso de la inteligencia aquello que le aparta o impida conseguir la felicidad.

En concreto, el cerdo aspira a una felicidad de cerdo, mientras que la felicidad humana es una "armoniosa satisfacción de dos grandes aspiraciones: bienestar y creación".

Sociedades inteligentes y sociedades estúpidas

Como seres sociales que somos, nos vemos continuamente influenciados por los pensamientos y acciones de los demás, tanto a nivel familiar como a nivel de nación. Se hace un repaso a cómo la historia está atestadas de ejemplos de estupidez global —como la Roma de Nerón, la iglesia de los Borgia, el militarismo francés de Napoleón o la locura homicida del Tercer Reich. La estupidez en sociedad se puede englobar como una extensión de los fracasos englobados en los capítulos previos, pero ejercidos en colectividad.

Autor José Antonio Marina
País España
Lengua Español
Tema(s) Inteligencia
Género(s) Ensayo
Editorial Anagrama
Fecha de publicación 2004
Páginas 174
ISBN 84-339-6217-5

Entrevista con el autor

Marina: 'La historia de la humanidad es la de la estupidez'

Agencia EFE

http://www.elmundo.es/elmundolibro/2004/12/17/no_ficcion/1103306719.html

BARCELONA.- El filósofo y ensayista José Antonio Marina está convencido de que la historia de la humanidad se puede contar por medio de la historia de la estupidez, "que siempre ha sido bien valorada".

Marina, que ha presentado su nuevo ensayo 'La inteligencia fracasada. Teoría y práctica de la estupidez' (Anagrama), cree que "la estupidez política puede ser muy dañina y crear una gran injusticia, mientras que el fracaso de la inteligencia privada lleva a la desdicha personal".

Marina plantea en este ensayo que la inteligencia se desarrolla en dos planos: "Un plano es el del test y el coeficiente intelectual y otro es el uso de la inteligencia en la vida (cotidiana)".

Para ejemplificar estos dos planos, Marina se ha referido a un alumno suyo de un instituto que tiene un coeficiente de inteligencia de 130, pero que formó una banda con la que cometía diversos delitos: "Esto es un ejemplo del fracaso de la inteligencia".

Este fracaso se da tanto personal como socialmente y ha puesto como ejemplos del fracaso de la inteligencia social los regímenes creados por Napoleón, Hitler y Stalin que tanto millones de muertos causaron y que llevaron la desdicha y la injusticia a muchos millones más.

"La inteligencia fracasa -ha explicado- cuando se mantiene una creencia falsa que resulta invariable ante cualquier experiencia. Se produce entonces un encasillamiento que son la base del funcionamiento de los fanatismos y los prejuicios".

"Con mucha frecuencia -ha añadido- tenemos creencias patógenas que repercuten en un daño a nosotros mismos o a los demás, como por ejemplo las creencias falsas, que se han mantenido durante siglos, sobre la mujer en todo el mundo. Hoy en día, algunas mujeres de Francia aún creen que una mujer que tiene la regla puede agriar el vino si entra en una bodega".

Reconocer los propios sentimientos

José Antonio Marina ha achacado "los frecuentes fracasos" afectivos de las personas porque "muchas veces no reconocen sus propios sentimientos o los confunden".

"Los celos -ha añadido- tienen que ver con un sentimiento de propiedad pero no tienen ninguna relación con el sentimiento amoroso como se cree".

Hay otros sentimientos, según Marina, que nos "incapacitan para vivir" como es el caso del resentimiento que "nos da una visión errónea de la realidad".

"Otro de los fracasos más habituales de la inteligencia -ha dicho el filósofo- es el modo de hablarnos a nosotros mismos. Nos contamos la historia de tal modo que si nos equivocamos nos engañamos".

José Antonio Marina se ha referido también a la intervención de Pilar Majón ante la comisión del Congreso del 11-M: "Esta comisión ya estaba condenada al fracaso desde el principio porque nadie la quería y se eligieron mal las metas. Pilar Majón ha puesto de relieve todas esas contradicciones cuando les preguntó a los políticos de qué se reían".

La estupidez en Méjico, como en España y resto del mundo


Cuatro pecados

ADRIÁN HERRERA Milenio.com

Hay cuatro cosas que detesto en la gente: el fanatismo, la estupidez, la ignorancia y la pereza. En mi mejor y nunca humilde opinión, estos cuatro elementos son la base del fracaso de una sociedad. Y la nuestra está plagada de ellos.

El fanatismo, notablemente en su faceta religiosa, es peligrosísimo. Predispone al sujeto a creer ciegamente en cosas ridículas y acatar esquemas de comportamiento obsoletos y detrimentales. Además, limita su capacidad de razonamiento y le impide cuestionar cosas básicas sobre sí mismo y el mundo que le rodea. La fe religiosa pone la reacción inconsciente sobre el razonamiento, basándose en principios abstractos y poco claros e infundiendo temor.

La estupidez proviene de no detenerse a pensar bien las cosas, actuar intempestivamente sin medir consecuencias y después lamentarlo. Ser estúpido (pendejo, en lengua mexicana) está íntimamente ligado a ser fanático y perezoso; primero, porque es más fácil reaccionar sin previo balance mental de lo que está ocurriendo ni de lo podría ocurrir, y segundo, porque pensar cuesta.

La ignorancia es cosa de raíz, porque depende de la educación, y un país con poco dinero y que deja la educación de la masa en manos de un sindicato de sinvergüenzas y rateros nunca verá ciudadanos competentes. Además, el torrente mediático no ofrece sino telenovelas, programas para adolescentes tarados y obsesionados con el sexo, productos y servicios que lo único que hacen es quitarle sus ahorros a la gente y una falta de congruencia total con la realidad que vivimos. La educación en México no tiene remedio inmediato; acostúmbrese a ver idiotas y analfabetas a su alrededor por los próximos cien años.

La pereza es cosa muy delicada; este es un país de huevones, de grandes y sucios huevones. La huevonería no sólo es el acto inmundo de no hacer nada, sino de hacerlo mal y a destiempo. Es no molestarse en replantear las cosas y mejorarlas. Es una falta de voluntad, es el epítome del egoísmo, la negación de una vida en sociedad y su mejoramiento a través del esfuerzo individual. Es uno de los peores males de los cuales adolece nuestra sociedad.

La combinación orquestada de estas actitudes nos tiene sumidos en un ambiente de mediocridad.

Con el fanatismo, puedo lidiar… con trabajos, pero se puede. La ignorancia tiene solución: cuesta, pero a la larga se puede corregir. La estupidez molesta mucho, pero su efecto puede disminuir con una educación apropiada. Pero la pereza, los huevones, eso es cosa aparte. Es la caja de Pandora, el centro funesto de la humanidad, el fin de la sociedad.

Lo siento, pero esto último no tiene solución. Estamos jodidos. Acostúmbrese a vivir con estos cuatro detalles de nuestro comportamiento, pues, estos son, apreciable y fino lector, los auténticos Cuatro Jinetes del Apocalipsis.

http://www.milenio.com/node/170664


jueves, 19 de febrero de 2009

La Estupidez Humana


ALFONSO ROJO - ABC Jueves, 05-02-09

Lo que cambian las cosas. Hasta hace poco, los expertos coincidían en que este primer cuarto del siglo XXI iba a estar marcado por tres grandes temas: el fundamentalismo islámico, el cambio climático y la emergencia de China como superpotencia en el ajedrez económico internacional.

Ahora sólo hay un asunto. Lo único de lo que se habla, se discute y se escribe es de la puñetera crisis.

No sé si han reparado en que, con la excepción de hechos puntuales como el tsunami de 2004 o la sequía en el Sahel de los años ochenta, los grandes males que ha padecido la Humanidad en los tiempos modernos han sido consecuencia directa de la inconmensurable estupidez del hombre.

Incluidas las hambrunas, desde la que asuela ahora Sudán, a la que se llevó por delante diez millones de almas en Ucrania en época de Stalin, diezmó China en tiempos de Mao o devastó Irlanda hace siglo y medio.

La crisis es el desgraciado colofón de una cadena de decisiones erróneas, enfoques equivocados y ambiciones desquiciadas. Para superarla, no basta esperar a que escampe, como si fuera un fenómeno de la naturaleza.

Incitar a la ciudadanía a consumir es justo la receta equivocada. Estamos agobiados porque hemos vivido muy por encima de nuestras posibilidades y la única manera de recuperar la tranquilidad, el decoro y la sensatez es gastar menos, ahorrar energía, reciclar mucho y aceptar que no somos propietarios del planeta Tierra, sino meros usufructuarios. Y que tenemos el deber moral de pasárselo entero a nuestros nietos.

miércoles, 18 de febrero de 2009

La definición de inteligencia y estupidez de Cipolla


La Tercera Ley Fundamental
(Ley de Oro)

"Una persona estúpida es una persona que causa daño a otra o grupo de personas sin obtener, al mismo tiempo, un provecho para sí, o incluso obteniendo un perjuicio".

Carlo M. Cipolla - Allegro ma non troppo

Para poder saber de que hablamos es necesario definir lo que consideramos inteligencia y estupidez con precisión. La definición de la Real Academia de la Lengua es demasiado ambigua, amplia y poco clara como para percibir en ella el carácter nocivo de la estupidez.


Tampoco nos ayuda mucho el artículo de Wikipedia que redirige al artículo de tonto definido como "
el adjetivo referido a la persona de inteligencia escasa. Se usan como sinónimos infinidad de términos como, por ejemplo: menso, lerdo, tarado, idiota, hijo de burro, animal, boludo, lelo, imbécil, gafo, etc..."

Es decir, que se contrapone la estupidez a la inteligencia. Según el RAE:

inteligencia.

(Del lat. intelligentĭa).

1. f. Capacidad de entender o comprender.

2. f. Capacidad de resolver problemas.

3. f. Conocimiento, comprensión, acto de entender.

4. f. Sentido en que se puede tomar una sentencia, un dicho o una expresión.

5. f. Habilidad, destreza y experiencia.

6. f. Trato y correspondencia secreta de dos o más personas o naciones entre sí.

7. f. Sustancia puramente espiritual.


Con estas definiciones no se entiende el rechazo que naturalmente sentimos por las personas estúpidas y la atracción que generan en nosotros las personas inteligentes.

Más allá de la admiración que nos puedan generar las capacidades mentales de determinadas personas que consideramos inteligentes y la "pena" que nos pueda dar cuando observamos a personas que carecen de estas capacidades, lo que verdaderamente nos causa atracción o rechazo es el efecto que otras personas tienen en nosotros. Este efecto puede ser beneficioso o dañino. Cuando nos referimos a alguien de forma despectiva como un estúpido la mayoría de las veces es en relación a algún acto de esta persona que nos resulta desagradable o repulsivo desde el punto de vista ético. Es decir la conducta de esa persona va en contra del bien, el nuestro personal o el colectivo, y por lo tanto es dañina.


Cuando por el contrario recibimos un bien de una persona solemos asociarlo a otra cualidad humana que es la bondad. Cuando hacemos esto no reparamos en que para producir un bien es necesaria la capacidad de crear que asociamos sin dificultad a la inteligencia.

Carlo M. Cipolla en su ensayo resuelve esta ambigüedad con la definición de estupidez que encontramos en la Tercera Ley Fundamental.


Previamente al enunciado de esta Ley introduce en el capítulo 3, "Un intervalo técnico", un sencillo sistema para clasificar las relaciones de una persona con sus semejantes en base a sus acciones.

Para cada acción define dos variables:


X la ganancia que el indivíduo obtiene de la acción.

Y la ganancia que el indivíduo proporciona a los demás con la acción.

Aunque Cipolla no lo aclara yo aquí incluiría que las ganancias se pueden entender en sentido ámplio no solamente material. Ganancia sería cualquier cosa que contribuya al bienestar y la felicidad de una persona.


Si se aclara que "la ganancia puede ser positiva, nula o negativa: una ganancia negativa equivale a una pérdida".

Con este sistema una acción se puede representar facilmente en un gráfico mediante ejes coordenados.

En el primer cuadrante (I) estarían aquellas acciones que benefician a quienes las hacen y quienes las reciben

En el segundo (H) las que benefician a quienes las reciben a cosa de una pérdida para quién las hace.

En el tercero (E) aquellas que resulta perjudiciales para quienes las hacen y quienes las reciben.

En el cuarto (M) aquellas que benefician a quienes las hacen causando perjuicios a los demás.

Con este sistema están establecidas las bases para las definiciones que necesitamos.

Aquellos indivíduos cuyas acciones se sitúan principalmente en el primer cuadrante son definidas por Cipolla como "inteligentes". Sin embargo aquellos cuyas acciones se sitúan principalmente en el tercer cuadrante serían los "estúpidos".

En el cuadrante (H) estarían las acciones de las personas que por propia voluntad se perjudican a si mismos para beneficiar a los demás. En algunas páginas de internet clasifican a estos indivíduos como "benévolos" sin embargo en la definición de Cipolla estos indivíduos recibirían la clasificación de "incautos".

En el cuadrante (M) estarían las acciones de los "malvados", personas que se aprovechan de los demás para beneficio propio.

Hay que observar que es más fácil clasificar las acciones de una persona que a la persona misma ya que no necesariamente todas las acciones de una persona se ajustan a un cuadrante.

Esto lo aclara Cipolla en el capítulo 5, "Distribución de la Frecuencia":

"La mayor parte de las personas no actúa de un modo coherente. En determinadas circunstancias una persona actúa inteligentemente, y en otras esta misma persona puede comportarse como una incauta. La única excepción importante a la regla la representan las personas estúpidas que, normalmente, muestran la máxima tendencia a una total coherencia en cualquier campo de actuación.

Una persona inteligente puede alguna vez comportarse como una incauta, como puede también alguna vez adoptar una actitud malvada. Pero, puesto que la persona en cuestión es fundamentalmente inteligente, la mayor parte de sus acciones tendrán la característica de la inteligencia.

El hecho de que sea posible analizar a los individuos en vez de sus acciones, permite hacer algunas digresiones sobre la frecuencia de los malvados y de los estúpidos.

El malvado perfecto es aquel que con sus acciones causa a otro pérdidas equivalentes a sus ganancias. El tipo de malvado más ordinario es el ladrón. Una persona que roba 10.000 liras, sin causar daños posteriores, es un malvado perfecto: tú pierdes 10.000 pesetas, él gana 10.000 liras.

Sin embargo, los malvados perfectos son relativamente pocos. Los malvados que obtienen para sí ganancias mayores que las pérdidas que ocasionan a los demás son deshonestos y con un grado elevado de inteligencia, pero, desgraciadamente, no son muy numerosos. La mayor parte de los malvados son individuos cuyas acciones les proporcionan beneficios inferiores a la pérdidas ocasionadas a los demás. Si alguien hace que te caigas y te rompas una pierna para quitarte 10.000 liras, o te causa daños en el automóvil por un valor de 50.000 liras para robarte una radio insignificante, por la que no va a obtener más de 3.000 liras, si alguien te dispara y te mata con el único objetivo de pasar una noche en Montecarlo en compañía de tu mujer, podemos estar seguros de que no se trata de un malvado "perfecto". Aun utilizando sus parámetros para medir sus ganancias (pero usando los nuestros para medir nuestras pérdidas), este individuo se situará muy cerca del límite de la estupidez pura.

La distribución de la frecuencia de personas estúpidas es completamente diferente de la distribución de los malvados, de los inteligentes y de los incautos. La razón de esto es que la gran mayoría de personas estúpidas son fundamental y firmemente estúpidas; en otras palabras, insisten con perseverancia en causar daños o pérdidas a otras personas sin obtener ninguna ganancia para sí, sea esto positivo o negativo. Pero aún hay más. Existen personas que, con sus inverosímiles acciones, no sólo causan daños a otras personas, sino también a sí mismas. Estas personas pertenecen al género de los superestúpidos."


Es decir lo que define la calificación de una persona no es una acción aislada, sino su tendencia a actuar de una cierta manera. También se señala que incluso entre malvados o incautos hay una mayor tendencia a la estupidez o a la inteligencia. Esos campos estarían separados por la bisectriz del segundo y cuarto cuadrante.


Con esta sencilla definición de inteligencia y estupidez ya podemos extraer consecuencias útiles para relacionarnos con los demás de la manera más beneficiosa para ellos y para nosotros mismos. También estamos en condiciones de entender el resto de leyes, lecciones y consejos de Cipolla.

NOTA: En la imagen superior Don Quijote, Alexander Fleming, Hommer Simpson y El Dioni

Las Leyes de la Estupidez Humana


La Primera Ley Fundamental:

"Siempre e inevitablemente cada uno de nosotros subestima el número de individuos estúpidos que circulan por el mundo".


La Segunda Ley Fundamental:

"La probabilidad de que una persona determinada sea estúpida es independiente de cualquier otra característica de la misma persona".


La Tercera Ley Fundamental:

"Una persona estúpida es una persona que causa daño a otra o grupo de personas sin obtener, al mismo tiempo, un provecho para sí, o incluso obteniendo un perjuicio".

La Cuarta Ley Fundamental:

"Las personas no estúpidas subestiman siempre el potencial nocivo de las personas estúpidas. Los no estúpidos, en especial, olvidan constantemente que en cualquier momento y lugar, y en cualquier circunstancia tratar y/o asociarse con individuos estúpidos se manifiesta infaliblemente como un costosísimo error".

La Quinta Ley Fundamental:

"La persona estúpida es el tipo de persona más peligroso que existe."

Corolario: "El estúpido es más peligroso que el malvado".

Carlo M. Cipolla - "Allegro ma non troppo"

Frases sobre La Estupidez


Hay dos cosas infinitas: el Universo y la estupidez humana. Y del Universo no estoy seguro.
Albert Einstein (1879-1955) Científico alemán nacionalizado estadounidense.

Nadie está libre de decir estupideces, lo malo es decirlas con énfasis.
Michel Eyquem de Montaigne (1533-1592) Escritor y filósofo francés.

Nada en el mundo es más peligroso que la ignorancia sincera y la estupidez concienzuda.
Martin Luther King (1929-1968) Religioso estadounidense.

Todos los cerebros del mundo son impotentes contra cualquier estupidez que esté de moda.
Voltaire (1694-1778) Filósofo y escritor francés.

Todos los que parecen estúpidos, lo son y, además también lo son la mitad de los que no lo parecen.
Francisco de Quevedo y Villegas (1580-1645) Escritor español.

Estupidez humana. Humana sobra, realmente los únicos estúpidos son los hombres.
Jules Renard (1864-1910) Escritor y dramaturgo francés.

Contra la estupidez, hasta los dioses luchan en vano.
Johann Wolfgang Goethe (1749-1832) Poeta y dramaturgo alemán.

La estupidez insiste siempre.
Albert Camus (1913-1960) Escritor francés.

La ignorancia puede ser curada, pero la estupidez es eterna
Masahide

Las personas no están jamás tan cerca de la estupidez como cuando se creen sabias
Jean Baptiste Moliere

Si Dios existe, le voy a pedir cuentas de lo absurdo de la vida, del dolor, de la muerte, de haber dado a unos la razón y a otros la estupidez... y de tantas otras cosas.
Leonardo Da Vinci

Cuatro cosas no pueden ser escondidas durante largo tiempo: la ciencia, la estupidez, la riqueza y la pobreza.
Averroes

Las tiranías fomentan la estupidez.
Jorge Luis Borges

El hombre es el inventor de la estupidez.
Remy De Gourmont

La estupidez es por cierto, un producto de la voluntad.
Aldous Huxley

La estupidez insiste siempre, sobre todo en los más estúpidos.
Albert Camus

La guerra siempre vuelve estúpido al vencedor y rencoroso al vencido.
Friedrich Nietzsche

Un pedante es un estúpido adulterado por el estudio.
Miguel de Unamuno



Introducción a las Leyes de la Estupidez Humana



La humanidad se encuentra en un estado deplorable. Ahora bien, no se trata de ninguna novedad. Si uno se atreve a mirar hacia atrás, se da cuenta de que siempre ha estado en una situación deplorable. El pesado fardo de desdichas y miserias que los seres humanos deben soportar, ya sea como individuos o como miembros de la sociedad organizada, es básicamente el resultado del modo extremadamente improbable y estúpido como fue organizada la vida desde sus comienzos.


Desde Darwin sabemos que compartimos nuestro origen con las otras especies del reino animal, y todas las especies desde el gusanillo al elefante tienen que soportar sus dosis cotidianas de tribulaciones, temores, frustraciones, penas y adversidades. Los seres humanos, sin embargo, poseen el privilegio de tener que cargar con un peso añadido, una dosis extra de tribulaciones cotidianas, provocadas por un grupo de personas que pertenecen al propio género humano. Este grupo es mucho más poderoso que la Mafía, o que el complejo industrial-militar o que la Internacional Comunista. Se trata de un grupo no organizado, que no se rige por ninguna ley, que no tiene jefe, ni presidente, ni estatuto, pero que consigue, no obstante, actuar en perfecta sintonía, como si estuviese guiado por una mano invisible, de tal modo que las actividades de cada uno de sus miembros contribuyen poderosamente a reforzar y ampliar la eficacia de la actividad de todos los demás miembros.

Carlo M Cipolla - Introducción al ensayo "Allegro ma non troppo"

Definición de estupidez - Real Academia Española de la Lengua


estupidez
.

(De estúpido y -ez).

1. f. Torpeza notable en comprender las cosas.

2. f. Dicho o hecho propio de un estúpido.

estúpido, da.

(Del lat. stupĭdus).

1. adj. Necio, falto de inteligencia. U. t. c. s.

2. adj. Dicho de una cosa: Propia de un estúpido.

3. adj. estupefacto.


necio, cia.

(Del lat. nescĭus).

1. adj. Ignorante y que no sabe lo que podía o debía saber. U. t. c. s.

2. adj. Imprudente o falto de razón. U. t. c. s.

3. adj. Terco y porfiado en lo que hace o dice. U. t. c. s.

4. adj. Dicho de una cosa: Ejecutada con ignorancia, imprudencia o presunción.

porfiado, da.

(Del part. de porfiar).

1. adj. Dicho de una persona: Terca y obstinada en su dictamen y parecer. U. t. c. s.


martes, 17 de febrero de 2009

El descubrimiento de la estupidez humana

A veces uno necesita trabajar o estudiar o reflexionar durante meses o años para producir un cambio fundamental en su vida. Sin embargo a veces el cambio llega de manera inmediata y mágica.

Para mi uno de estos cambios fue el descubrimiento de la importancia en nuestras vidas de los efectos de la estupidez humana.

Sucedió, hará unos quince años en una tarde de verano, cuando asistía a uno de los cursos que mi empresa organizaba periódicamente dentro de su plan de formación continua.

Normalmente en estos cursos te formaban en cosas que ya habías aprendido enfrentándote con la dura realidad o que eran simple formalización del sentido común (el menos común de los sentidos) o que sencillamente eran inútiles por que no tenían nada que ver ni con tu vida ni con tu trabajo.

Sin embargo, este fue distinto. El monitor o el coacher (en la nueva terminología formativa) era un chaval campechano que amenizaba las noches tocando la guitarra y comentaba con cierta melancolía la oportunidad perdida de haber sido uno de los miembros fundadores de los Hombres G. (Quienes le hayan conocido seguramente no dudarán con estas pistas. Donde quiera que estés te mando un abrazo.)

A pesar de que la mayor parte del curso discurrió en medio de sesiones de brain-storming y reparto de tarjetas de sabiduría condensada, no sé ni como ni cuando apareció el tema que no estaba en el guión y que al principio nos sonó a guasa.

Se nos hablaba de un pequeño librito escrito por un tal Carlo M. Cipolla. Ya el apellido se las traía con una rima más evidente que el famoso Montoya del chiste. Tiempo después descubrí que el apellido no significaba otra cosa que cebolla en italiano. Claro que incluso cebolla impone poco respeto por el autor. Si hubiera sido inglés no habría problema, Charles M. Onions sonaría tan importante como George Bush (Jorge Arbusto).

El título del libro tampoco invitaba a la seriedad "Allegro ma non troppo" (literal "allegre pero no demasiado", que se utiliza también para marcar un tempo en música). Los capítulos, dos. El tamaño del libro no daba para más.

El capítulo I: "El papel de las especias (y de la pimienta en particular) en el desarrollo económico de la Edad Media". Vamos, la cosa sonaba a una de las bromas habituales de nuestro monitor, pero aun así era tan obvia y absurda que costaba pillarle el punto.

Pero aún quedaba por saber de que iba el capítulo II. Cuando escuchamos el título...

"Las leyes fundamentales de las estupidez humana"

... ya no había ninguna duda de que se trataba de una broma y la risa surgió de forma espontánea.

Sin embargo, muestro monitor jugaba con nuestra impresión divertida mientras sujetaba el librito en su mano, hojeándolo y leyéndonos algunos titulares.

A pesar de todo, poco a poco fue entrando en la breve materia desarrollada en las páginas y enseguida percibí que, aunque divertida, no se trataba de ninguna tontería.

Las definiciones, apoyadas en diagramas cartesianos eran precisas y de sentido común. Las proposiciones eran claras y se sustanciaban de inmediato mediante ejemplos sacados de mi propia experiencia. Era algo que siempre había tenido delante, pero que nunca había visto ni me lo habían contado de manera tan contundente.

Hasta entonces para mi la estupidez había sido un síntoma de pocas luces, de idiotez, de falta de inteligencia. Sin embargo ni siquiera hasta entonces tenía claro que era la inteligencia. La mayoría de las veces se la asociaba a la capacidad para el razonamiento lógico y a disciplinas como las matemáticas o el ajedrez. Una persona estúpida era una persona tonta, facilmente manipulable del que no se podía esperar gran cosa, ni bueno, ni malo. Un sujeto de chiste, merecedor de compasión por sus limitaciones.

Por el contrario, el libro asociaba a la estupidez la mayor parte de las desgracias de la humanidad.

Aquel día mi concepción del mundo y de mis relaciones con el resto de personas cambió. Poco a poco pude ver cuan útil eran las simples lecciones de Carlo M. Cipolla para desenvolverme día a día evitando los efectos de la estupidez de los demás y, lo que es peor, de la estupidez propia.

A partir de entonces creo que he sido una mejor persona para los demás y he sabido apreciar a los demás en su justa medida siendo recompensado por lo mejor de ellos.

A pesar del envoltorio de humorismo con el que recibí la lección y con el que el autor del libro previene al lector restándole importancia al ensayo, estoy convencido de que pocas veces podemos encontrar una guía tan sabia en un espacio tan breve y tan leve.

Hoy, muchos años después de mi descubrimiento aun me sigo sorprendiendo con las formas tan absurdas y peculiares que puede adoptar la estupidez. Por este motivo esta tarde me decidí a abrir este blog para compartir con otros seres (inteligentes y estúpidos) mis vivencias referentes a este tema y de paso rendirle un pequeño homenaje a Carlo M. Cipolla a quién tengo por maestro.

Quienes lean y se sientan aludidos recuerden que estúpido no es quién comete una estupidez sino quién persiste en este comportamiento.